A los dieciseis aprendí la inutilidad de una cosa que nos retuerce por dentro y nos maneja a su antojo, alejándonos muchas veces de aquello que perseguimos, mostrándonos -otras- como no somos o reflejando en nosotros comportamientos inmaduros o incluso maleducados.
Esa cosa es el orgullo y yo me prometí olvidarme de él a esa edad, precisamente por esta reflexión. Ello explica muchos de mis comportamientos y algunas de mis acciones que estoy segura que a los demás desconciertan y dejan, desde luego, sin su verdadera explicación.
Y es que lo que no tiene importancia o trascendencia se acaba olvidando, ignorando o apartando.
No gana quien sube más alto la cabeza, sino quien aprende la lección y olvida lo superfluo.
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"Yo no estaba hecho de la fibra de los que perdonan las ofensas, pero siempre acababa por olvidarlas. Y alguno de los que creían que yo le detestaba no llegaba a creerse que yo le saludara con una amplia sonrisa. Entonces, según su naturaleza, admiraba mi grandeza de espíritu o despreciaba mi cobardía sin pensar que los motivos eran más sencillos: me había olvidado hasta de su nombre"
La Caída - Albert Camus