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Cosas que nunca cambian

La peste negra fue una devastadora epidemia que barrió Europa a lo largo del siglo XIV y que acabó con cerca de un tercio de la población del continente. Para la gente de la época sólo existía una explicación posible ante aquella ola de muerte: la ira de Dios. El mismo Papa fomentó esta creencia al hablar de la «pestilencia con la que Dios está castigando a sus gentes». Resultaba lógico que ante un problema para el que no encontraban explicación dejaran caer el velo de lo siniestro y lo sobrenatural, hasta el punto de pintar a la peste como una doncella que entraba en las casas para llevarse a sus habitantes.

Hoy en día nos parece un asunto de locos el buscar en una condena divina las razones de una enfermedad. El temor de Dios se ha convertido en indiferencia, la Inquisición se ha quedado sólo en un mal recuerdo y a España le empiezan a pesar los crucifijos. Y es que siete siglos no pasan en balde... ¿o sí?


El mundo ha cambiado mucho desde entonces pero parece que siempre queda algo que nos devuelve a los orígenes, que nos recuerda que no somos nadie y que nos hace pensar en Dios, sí, pero de otra manera.


De las tierras que en tiempos de los Reyes Católicos nos llegaban patatas, tabaco y café, ahora nos vienen epidemias. Gajes del progreso y de viajes de altos vuelos, de la vanguardia asimétrica que avanza sin freno en muchos terrenos pero que se hunde en el lodo de muchos otros.


El Hospital Carlos III de Madrid, especializado en enfermedades infecciosas, ha empezado a despejar dos de sus plantas para acoger a posibles infectados por la gripe porcina, que se extiende por el globo como una excursión de escolares en un parque de atracciones.


El director general adjunto en funciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Keiji Fukuda, ha alertado a los países para que vayan preparándose para «lo peor». En España, el último balance de Sanidad eleva a 114 los posibles contagiados, que se encuentran en observación y a la espera de los resultados que confirmen si padecen o no la gripe porcina.


Las enfermedades del pasado siguen presentes en la sociedad actual, pero con otra cara y otro nombre. Las personas ya no piensan igual, la tecnología ha entrado en nuestras vidas, la genética nos permite crear bebés a la carta y la astronomía nos invita a viajar a la Luna casi con la misma facilidad con la que nos vamos a Benidorm. Y, sin embargo, siete siglos después de la peste medieval y en momentos como este, nos queda una impresión: la de que hay cosas que nunca cambian.