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Conciencia y razón

La conciencia puede mover el mundo. Sólo hace falta hacerle caso. Y, paradójicamente, es ahí dónde reside el mayor de sus problemas. Escuchar sus consejos y llevarlos a la práctica no es fácil. No siempre, desde luego. Por eso en muchas ocasiones hacemos oídos sordos a sus palabras y tomamos en solitario las riendas de nuestro gobierno particular.

A corto plazo todo va bien. Las cosas parecen funcionar mejor que nunca, nos sentimos más independientes, ondeamos de nuestro lado la gloriosa bandera de la libertad. Pero a largo plazo las cosas suelen torcerse. Y cuando quieres darte cuenta comprendes que tienes media vida de recuerdos guardados en un cajón. Es el cajón del olvido, pero lo que hay ahí dentro no se borra nunca.
Justificar a ambos lados
Conciencia y razón van de la mano, al menos en mi caso, y me sentiré satisfecha mientras no se disuelva esa unión. No se trata de un capricho, ni de una falta de reflexión, sino todo lo contrario. Intento ser coherente, responsable y consecuente hasta que mis posibilidades no dan más de sí. Y en asuntos de esta índole no me gana cualquiera.

Cúpula del Radcliffe Brown, Oxford

He ahí

Alguna vez, en medio de una conversación, todos hemos dicho o hemos oído decir “Sin él/ella en mi vida, yo no podría seguir adelante”.
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A los que nos han dejado alguna vez y hemos aprendido a reconstruir el puzzle mejorando y reforzando nuestra propia persona sabemos lo incierta que es y debe ser esta afirmación.
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Me explico. No se puede centrar una vida en los besos y los abrazos; no si te importa mantenerte fiel a ti mismo y seguir creciendo. Una persona no puede convertirse en tu medicina: tu medicina tienes que ser tú mismo.
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Este camino implica un viaje hacia dentro, paseos a solas en vez de siempre de la mano, reencuentros, tardes para ti y para nadie más. A veces habrá lágrimas, a veces saltos de alegría, es lo que tiene...

El recorrido es más difícil y más largo, pero guarda sus recompensas y, a la larga, es el que permanece. No es lo mismo construir un caseto de madera empezando por el tejado que edificar una vivienda de piedra comenzando por unos pilares seguros y fuertes. He ahí la diferencia.


Ruinas del Monasterio de Moreruela, Zamora


"Unos corren a juntarse al prójimo porque se buscan a sí mismos, y otros porque quisieran evadirse de sí mismos. Vuestro mal amor a vuestra propia persona convierte vuestra soledad en una prisión"

Así hablaba Zaratustra - F. Nietzsche

El lobo: ¿cuándo acabará la leyenda y empezará la tolerancia?


Desde tiempos inmemorables el lobo ha sido asociado a la superstición, a la maldad, al peligro. Hablar del lobo es hablar de un enemigo ancestral y permanente pero, ¿hasta qué punto es esto cierto? y lo más importante ¿hasta dónde llega la leyenda?

En el mundo celta el lobo estaba directamente vinculado con el Más Allá. Las hermandades de guerreros se organizaban de manera similar a la manada lobera, haciendo suyas cualidades características de los lobos como la jerarquía, disciplina, aguante, inteligencia, agilidad, coordinación... El lobo era, además, quien conducía al guerrero a la vida de ultratumba, adquiriendo así un carácter místico y digno de respeto.

Más adelante, el lobo toma un papel crucial en la misma fundación de Roma, pues es la loba Capitolina la que salva y amamanta a los gemelos destinados a dar origen a la civilización (recordar el mito de Rómulo y Remo). Una historia similar vivió Habis, el que un día sería rey de Tartessos, y que fue abandonado nada más nacer y criado en los bosques por una loba.
Por su parte, los indios norteamericanos respetan y admiran profundamente la figura del lobo, con el que han convivido en paz durante siglos.

Sin embargo en el Occidente de nuestros días, la pugna entre lobo y hombre parece no tener fecha de caducidad. El origen de las tensiones se remonta a la Edad Media y muy especialmente a la expansión del cristianismo. Con la nueva religión llegaron también las grandes peregrinaciones a los Lugares Santos y muchos de estos peregrinos que atravesaban bosque y campo abierto se toparon en su camino con el lobo. Fue entonces cuando se empezó a ver al lobo como una "criatura de las tinieblas", llegándolo a identificar con el mismísimo demonio que asaltaba a los peregrinos en su camino a la redención. La leyenda negra estaba forjada.

Y desde entonces el lobo no ha encontrado tregua. Su población se reduce por momentos y si de muchos irracionales dependiera, esta ya se habría extinguido hace tiempo.

Hoy día el problema no son las peregrinaciones sino otro tipo de rebaños: los lanares. Los pastores han situado al lobo en la diana y no dudan en acusarle como responsable de la muerte de todas y cada una de sus ovejas desaparecidas. Pero ya está bien de señalar al lobo, pongamos las cosas en su sitio: ¿Qué hacen los ganaderos para proteger a sus ovejas?

Por mucho que se haya insistido en esa faceta sobrenatural y poderosa del lobo, este no puede atravesar paredes ni saltar muros de tres metros ¿Habrán caído en la cuenta los ganaderos? las evidencias me obligan a ponerlo en duda...

Los lobos se mueven por instinto, y si llevan días sin comer y se encuentran todo un rebaño de ovejas cuya única protección es una simple valla de un metro, pues qué queréis que os diga que no os haya dicho ya. Responden como responderíamos cualquiera de nosotros si estuviéramos metidos en su pellejo ¿o acaso alguien lo pone en duda?

La verdadera solución a los ataques del lobo es más simple y eficaz que las prehistóricas batidas y sale más barata que las monótonas quejas al Ministerio. La solución es tan obvia como elevar uno o dos metros la altura del redil, y de esta manera el lobo no podrá saltarlo. Los gastos de este añadido pueden exigirse al Ministerio, que seguro que agradece una propuesta menos troglodítica que la manida "acabemos con el lobo de una vez".

El lobo tiene tanto derecho a habitar estas tierras como nosotros, y tenemos que comprenderlo y aceptarlo porque, le pese a quien le pese, no somos los únicos animales que poblamos la faz de la tierra.


Imagen tomada de: http://blogs.librodearena.com/myfiles/lobo/Lobo73.jpg

Desigualdades

Por todos es sabido que, para lograr ciertas recompensas, en ocasiones es necesario realizar algunos sacrificios. Así es como lo hemos entendido en Zamora, donde a lo largo de los últimos años hemos cedido numerosas plazas de aparcamiento en pos de una ciudad más atractiva, más verde y, por qué no, más turística.

Hemos visto cómo se han reducido los aparcamientos del casco antiguo, de la plaza del Cuartel Viejo, plaza del Maestro Haedo, Seminario, Divina Pastora, alrededores de la Iglesia de Santiago, zona del Colegio Universitario, y un importante etcétera, y no nos ha quedado más remedio que asimilarlo como uno de esos sacrificios necesarios para el bien de la ciudad.

La nota discordante aparece cuando, en los largos paseos de cada día en busca de aparcamiento, uno se da cuenta de que la reducción de plazas de estacionamiento no afecta en absoluto a las zonas reservadas al alto funcionariado, que cuentan con el mismo espacio de siempre e incluso con nuevos reservados.

Dando una vuelta por el centro de Zamora nos encontramos con carteles de “reservado” en la calle de San Miguel, Plaza del Mercado, Riego, Plaza de Santa Ana, Plaza de Viriato…

Si todos pagamos los impuestos, ¿por qué unos ciudadanos gozan, en este sentido, de unos privilegios que otros no tienen? ¿Por qué los funcionarios de Tráfico, por ejemplo, tienen plaza de aparcamiento asegurada y gratuita a la entrada de su oficina y una cajera del supermercado contiguo, por ejemplo, tiene que dar veinte vueltas cada mañana hasta aparcar su vehículo, pagar la O.R.A. y salir cada dos horas a renovar la tarjeta si no quiere que la grúa se lleve su vehículo a la primera de cambio?

Muchas facilidades para parte del funcionariado, sí, pero mientras éstas no sean proporcionales a las del resto de ciudadanos, aquí habrá algo que no funcione.


Estado habitual del aparcamiento en la Plaza San Esteban

Shingalana

Se ganó la oportunidad de vivir con esos inquebrantables maullidos que abultaban más que la gatita famélica que nos llamaba a gritos desde la cuneta. Su pata rota, puro hueso descarnado, y el calor impenitente de las tardes de verano la habían postrado ahí, no sé desde pero sí hasta cuando.

Nada más cogerla en brazos cambió los maullidos por un ronroneo que nos acompañó durante todo el camino a casa, a pesar del hambre que taladraba su estómago diminuto. Deboró tazones de leche y taquitos de jamón de york pero no encontró realmente su casa hasta el día siguiente. Ruth le dio esa oportunidad que la naturaleza o, mejor dicho, el resto de los humanos le habían negado, y pudo morir sabiendo que había conocido el dolor de las heridas y el abandono pero también el calor de un abrazo, los juegos con otros gatos, el sabor de las mejores comidas para gatitos y el cariño de una familia humana que se había formado en torno a ella.

La rabia y la impotencia de saber que ya no existe no dejan de preguntarme por qué un angelito como ella con tantas ganas de vivir y con unos padrinos dispuestos a todo no ha podido llegar a vieja. Me preguntan por la incompetencia de los veterinarios, por su preferencia por ganar en lugar de curar; me preguntan por la irracionalidad rancia de los que abandonan, de los que golpean, por la pasividad dañina de los que lo ven todo pero no hacen nada; me preguntan por esa mentalidad troglodítica de quien desprecia a todo animal no humano, así como a todo humano que se sensibiliza con lo animal.

Que si cada uno fuese responsable de sus propias competencias (tanto a nivel personal como profesional) esa gata estaría viva, que son muchos los que han dejado sus deberes sin hacer.

Hicimos lo que pudimos; nosotros sí.



“El hombre puede medir el valor de su propia alma en la mirada agradecida que le dirija un animal al cual ha socorrido”
Platón

Cosas que nunca cambian

La peste negra fue una devastadora epidemia que barrió Europa a lo largo del siglo XIV y que acabó con cerca de un tercio de la población del continente. Para la gente de la época sólo existía una explicación posible ante aquella ola de muerte: la ira de Dios. El mismo Papa fomentó esta creencia al hablar de la «pestilencia con la que Dios está castigando a sus gentes». Resultaba lógico que ante un problema para el que no encontraban explicación dejaran caer el velo de lo siniestro y lo sobrenatural, hasta el punto de pintar a la peste como una doncella que entraba en las casas para llevarse a sus habitantes.

Hoy en día nos parece un asunto de locos el buscar en una condena divina las razones de una enfermedad. El temor de Dios se ha convertido en indiferencia, la Inquisición se ha quedado sólo en un mal recuerdo y a España le empiezan a pesar los crucifijos. Y es que siete siglos no pasan en balde... ¿o sí?


El mundo ha cambiado mucho desde entonces pero parece que siempre queda algo que nos devuelve a los orígenes, que nos recuerda que no somos nadie y que nos hace pensar en Dios, sí, pero de otra manera.


De las tierras que en tiempos de los Reyes Católicos nos llegaban patatas, tabaco y café, ahora nos vienen epidemias. Gajes del progreso y de viajes de altos vuelos, de la vanguardia asimétrica que avanza sin freno en muchos terrenos pero que se hunde en el lodo de muchos otros.


El Hospital Carlos III de Madrid, especializado en enfermedades infecciosas, ha empezado a despejar dos de sus plantas para acoger a posibles infectados por la gripe porcina, que se extiende por el globo como una excursión de escolares en un parque de atracciones.


El director general adjunto en funciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Keiji Fukuda, ha alertado a los países para que vayan preparándose para «lo peor». En España, el último balance de Sanidad eleva a 114 los posibles contagiados, que se encuentran en observación y a la espera de los resultados que confirmen si padecen o no la gripe porcina.


Las enfermedades del pasado siguen presentes en la sociedad actual, pero con otra cara y otro nombre. Las personas ya no piensan igual, la tecnología ha entrado en nuestras vidas, la genética nos permite crear bebés a la carta y la astronomía nos invita a viajar a la Luna casi con la misma facilidad con la que nos vamos a Benidorm. Y, sin embargo, siete siglos después de la peste medieval y en momentos como este, nos queda una impresión: la de que hay cosas que nunca cambian.

¿Dónde está el sentido de la semana santa?

Es un hecho que el número de creyentes ha descendido y sigue descendiendo con el paso de los años, tanto en Zamora como en el resto de España, mientras que las listas de espera para ingresar en las distintas cofradías no hacen sino aumentar.

Ello nos hace plantearnos, inevitablemente, que muchos de esos cofrades que desfilan en la semana santa zamorana probablemente lo hagan sólo por tradición (porque sus padres o sus abuelos lo hacían) o por pasar un buen rato.


Las procesiones de semana santa simbolizan la Pasión de Cristo en nuestras calles, nos hablan de sufrimiento y sacrificio, del precio de un mensaje de salvación que constituye toda una filosofía de vida, la de la vida cristiana. Sin embargo, no deja de ser revelador que en una sociedad cada vez más laica, muchas de esas personas que rechazan a Jesús y presumen de no creer en sus principios son las que aparecen las primeras en las procesiones de semana santa. ¿Dónde ha quedado la coherencia? ¿Dónde el respeto hacia los que sí creen?

En mi opinión la solución a todo esto partiría del interior de cada uno y sería necesaria una reflexión personal que ponderase los valores y creencias de la persona en cuestión y la carga moral que debe implicar el formar parte de una cofradía cristiana.

El problema está en que la coherencia principios-acciones suele brillar por su ausencia en nuestra sociedad. Está claro que es más sencillo y más cómodo trabajar por separado: por un lado va aquello en lo que decimos que creemos, y por otro camino van nuestras acciones. Y esto no acaba aquí porque con el resto de realidades de nuestro día a día (política, ética, religión, educación…) termina pasando lo mismo. Es aquí donde reside una de las mayores enfermedades de la sociedad de nuestros días.
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Profesor Nerón

Cuando adopté a Nerón no tenía ni idea de todo lo que me iba a enseñar sobre las personas.

Llegó a la familia siendo un cachorro grande y pronto se convirtió en "el niño" de la casa. Creció entre caprichos, mimos y una libertad que -nos dimos cuenta tarde- no le convenía en absoluto a un perro de tanto carácter como él. Al cabo de unos meses el rubiales se convirtió en la versión canina de su tocayo el emperador (recordado entre otras cosas por matar a su madre, a su hermanastro, a su mujer y por sumergir a los cristianos en alquitrán para emplearlos como velas humanas). Con estas características no es de extrañar que mi pequeño colega muerda a quien le parezca y que se lance al cuello de todo perro que se cruce en su camino.

La incoherencia abunda y hace unos meses me dieron en casa un ultimátum para deshacerme de él, literalmente. Yo dije que si Ner se iba, yo me iba detrás, y me dieron un tiempo para solucionar el asunto.

Así que desde hace una temporada Alex y yo estamos esforzándonos en quitarle los malos hábitos adquiridos durante sus dos años de vida. Su trabajo lleva, pero lentamente se van observando pequeños avances, sobre todo dentro de casa.

Para la hora de salir a la calle el veterinario nos recomendó un bozal con corrector de tiro, para que aprenda a pasear tranquilo y sin sofocos y, de paso, solucionar el tema de los mordiscos y espectáculos varios. Y aquí empieza lo gracioso. Cuando la gente ve un perro con bozal, dos son las reacciones:
Una: poner cara de haber visto a Freddy Krueger y apartarse a la velocidad del trueno.
Dos: hacerle carantoñas y amagos de acariciarle, que probablemente no hicieran si no llevara bozal (inexplicable pero cierto). A continuación llega la cantinela de: “pobrecito ¿por qué le tienes puesto esto?”, “menuda judiada te están haciendo, perrito” etc, etc, etc.

Lo curioso es que cuando Nerón salía a la calle sin bozal y mordía, todo el mundo se preguntaba por qué lo seguía teniendo, por qué no lo regalaba o lo llevaba a la perrera, y ahora que estamos poniendo todos los medios para educarle nos echan en cara que le plantemos un bozal. ¡Venga ya!

Gracias al bozal podemos tenerlo en Zamora, darle paseos largos –de los que disfruto como nadie sabe-, detenernos en un semáforo lleno de gente sin miedo a que ocurra nada y conseguir que llegue a casa sin un sofocón tremendo por llevar una hora tirando como un loco de la correa.

Quien no sepa que se calle.
Coherencia señores, coherencia.




*Hace tiempo que no actualizo porque mi ordenador murió a primeros de mes y de momento no hay dinero para otro.

**Esta entrada no es gran cosa pero me apetecía escribirla.

No compres, adopta

La mayor parte de la gente que desea adquirir un perro acude sin dudarlo a un criadero o a una tienda de animales. En este tipo de empresas el precio medio de un can no baja de los 400 euros (dependiendo de la raza estos pueden alcanzar bien a gusto los 950 euros) y se trata de animales que han nacido expresamente para hacer negocio, para comercializar con ellos y con sus padres.

Lo que mucha gente no sabe es que en su misma ciudad o municipio existe un lugar donde puede encontrar perros de todos los tipos, tamaños y colores, perros que están ya ahí (nadie ha hecho negocio con su nacimiento), en muchos casos ya educados y obedientes, y que no cuestan ni un euro, sólo piden una familia y, sobre todo, mucho cariño. El lugar donde esperan se llama protectora, precisamente porque les ha librado de la calle, del abandono, del maltrato o de la muerte. Son perros de edades muy distintas, de raza o mestizos, qué más da, lo que importa es que eligiéndoles estarás dándole una oportunidad a un animal que de verdad lo necesita, en lugar de dar dinero a unos cuantos espabilados que viven a costa de sus perros yde la venta de sus crías.

Para conocer los datos de la protectora más cercana a tu localidad sólo tienes que entrar en la página web www.anaaweb.org/protectoras, donde aparecen las direcciones y teléfonos de contacto de todas las protectoras españolas.

Si quieres acercarte a una de ellas lo mejor es que llames antes por teléfono para asegurarte de que va a haber un voluntario a la hora en que realices tu visita. Ellos estarán encantados de enseñarte las instalaciones y de presentarte a los animales que las habitan, contarte sus historias y dejarte pasar un rato con ellos. La tarea más difícil después de esto será tener que quedarte sólo con uno...

El paso siguiente será la firma de los papeles o documentos de adopción, cuyos requisitos, aunque varíen dependiendo de la protectora, tienen un elemento en común: piden dueños responsables. Lo que menos tiene que importarnos es la raza o el pedigrí de un perro. Lo que importa es que, adoptando, vamos a darle una oportunidad que, sin nosotros, quizás nunca la tuviera.




De los prejuicios

Hay demasiada gente que no es capaz de ver más allá de los prejuicios: de los simples, cómodos y fáciles prejuicios.

Simples: porque no indagan en el interior de las personas, en su trayectoria de vida, en su forma de pensar, en su carácter, y en lo que es quizás más importante, en el porqué de su manera de actuar, en el trasfondo de su personalidad. Las cosas no son tan sencillas, tan objetivas como a menudo queremos hacernos creer. La ley de la relatividad no es sólo aplicable al ámbito científico.

Cómodos: porque estancarte en lo superfluo te evita razonar, inspeccionar. La comodidad te ahorra las molestias de conocer a la otra persona y de ponerte en su lugar, lo cual, inevitablemente, requiere su tiempo, por no hablar de las dosis obligatorias de paciencia, respeto y comprensión. Sin duda, demasiado esfuerzo… Archivar a las personas a la primera de cambio dentro de un álbum de cuatro hojas es mucho más sencillo y reparador a la hora de limar asperezas con una autoestima resentida.

Fáciles: lo dicho. Una cabeza que no razona no da para más, responde al modelo de análisis estímulo-respuesta. No sabe que en ese guión habita todo un mundo. No se plantea ni por asomo que el carácter contiene elementos que vienen dados desde el mismo momento de nacer pero también recoge otros obtenidos por nosotros mismos, por lo que hemos vivido y lo que nos ha marcado más o menos con el paso de los años. Que detrás de un simple gesto hay toda una vida escondida, que hay sonrisas que lloran y lágrimas con máster en interpretación, que la seguridad aparente es la cota de malla del más tímido y la supuesta prepotencia encierra muchas veces la más introvertida marginación.

No queda mucho que decir, pues la misma palabra nos aclara su significado: pre-juicio, o lo que es lo mismo, anterior al juicio, a la madurez de las ideas, a la comprobación de las mismas. Quien se queda ahí se pierde la parte más importante de la asimilación, la más sincera por lo menos… Pero claro, también la más difícil.

En fin, qué les vamos a pedir.

Los prejuicios son la droga de los incompetentes.


Siempre

Lo más importante de una vida no es siempre y en todo momento perfecto con todas sus letras. Conoce los vaivenes de los días y de la mente pero sabe también que siempre los supera porque sus raíces son firmes y su objetivo uno -a pesar de todo-.

La esencia está en ver la belleza en lo imperfecto, en mirar a través del mismo cristal, que no con los mismos ojos.

Somos como somos y la responsabilidad no es sólo nuestra si no de nuestra historia, historia que me permite afirmar con seguridad que sé de sobra qué es lo más importante y que quiero que sea para siempre.

Miradas y despedidas

Miro fijamente esos ojos que han visto tanto sin mí, que me desprecian y me aman a su manera. Esa mirada encierra los momentos más auténticos de mi vida, conoce mis sueños y mis fracasos y me reta desde ese verde cristalino, transparente. No la quiero mirar pero sabe que siempre me gana, más tarde o más temprano. Y yo sigo hacia adelante, caminando hacia adelante, porque en alguna parte, escondida, tiene que estar mi libertad.

Castillo de Zamora al atardecer

A Gretel y a Marea

Este texto lo escribí a finales de 2006, en memoria de Gretel y Marea, dos de las mejores amigas que han pasado por mi vida...

Marea fue mi última amiga. No la conicí en el colegio, ni tampoco en una fiesta. Marea era mi gata. La encontramos muerta una mañana de septiembre, debajo de la puerta que estaba junto a su cuna. Sólo había vivido una Navidad y aquél era su segundo verano. Recuerdo que me costó cogerle cariño porque el recuerdo de Gretel (la perrita que creció conmigo) estaba demasiado presente y no podía hacerme a la idea de encontrar a otra en su lugar. Eran tan diferentes y tan parecidas a la vez...

Al llegar este último verano regresé a casa a pasar las vacaciones y allí estaba Marea dispuesta a disfrutarlas conmigo. Yo con mis libros, y Marea en mi regazo; yo tomando el sol, y Mare debajo de la hamaca; yo escuchando música y Marea sentada a mi lado; yo de paseo por los caminos, y Marea siguiéndome entre las cunetas... Fué, sin duda, la que más tiempo pasó conmigo durante esos cuatro meses. No llegaron a cuatro meses... Septiembre lo pasé sola.

Gretel ingresó en la familia una noche de mayo de 1997. Una persona publicó en el periódico un anuncio en el que ofrecía una perrita que había sido abandonada. La habían encontrado en los alrededores de La Marina, empapada por la lluvia, llena de heridas y huyendo de todo. No podían atenderla porque tenían otros perros y la casa ya no daba para más. Pero en la mía había un hueco.

Yo tenía nueve años y muy pocos amigos. Gretel poco más de un año y, por las cicatrices que recorrían su lomo, no tenía ninguno. Yo le entregué lo que quedaba de mi infancia, y lo que nos dejaron de mi juventud. El otoño en que empecé la Universidad le encontraron un tumor y la llevamos a la veterinaria para que le hiciese las pruebas necesarias previas a la operación (que nos avisaron, dada gravedad, sería a vida o muerte, pero sin ella no quedarían muchas esperanzas…). No sé dónde se dejó el corazón el día de las pruebas aquella mujer pero a Gretel le dejó unas heridas que la tuvieron sin moverse durante varios días. Y todo para nada porque a continuación nos dijeron que no se le podía operar...

Los meses siguientes prefiero no recordarlos porque aquella no era mi Gretel…

Me quedo con los nueve años juntas, con los veranos en Casaseca, con las carreras en los parques, las noches a los pies de mi cama, el camino del colegio en que ella venía a acompañarle (y el día que me siguió a escondidas y subió conmigo hasta mi clase), el juego del escondite en que siempre nos encontraba, las bolsas de gusanitos compartidas, las llegadas a casa en que ella corría más que nadie a recibirme, los paseos por el río los domingos, las mañanas de Reyes en que abría conmigo los regalos, las fotos, los despertares a lametazos, los ladridos para defenderme cuando alguien me levantaba la voz, las galletas con nesquick: una para ella y otra para mí.

Parece mentira que una criatura tan pequeña pueda enseñarte y compartir contigo tantas cosas. Sin duda fue de lo mejor que se ha cruzado en mis veinte años de vida, muy por encima de la mayoría de las personas que conozco (y estoy segura que también de las que no conozco porque cada vez entiendo menos al género humano en su conjunto).

Echando un ojo por algunas páginas de sociedades protectoras de animales se me ha venido el alma a los pies al comprobar hasta qué punto de degradación puede llegar la naturaleza humana. Perros quemados, maltratados, ahorcados, asfixiados… Perros que harían feliz la infancia de cualquier niño pero a los que nadie quiere dar una oportunidad porque es más cómodo torcer la vista ante ana realidad que no nos gusta.

Y mientras cientos de ellos mueren en las perreras de medio mundo sin haber tenido jamás un hogar ni haber conocido el cariño, existen quienes se gastan un pastón en criar cachorros de pedigrí, como si por ser de pura raza fuesen más cariñosos y obedientes, cuando a menudo suele ocurrir todo lo contrario… Aunque claro, se me olvidaba, con un cachorro de pura raza figuras más que con un perro mestizo de tres años abandonado…

La mayoría de las personas son antes sociedad que ellas mismas.


Caza de brujas


"Uno tiende a ver, no lo que tiene delante de los ojos, sino aquellos que está dispuesto a ver y adiestrado para distinguir"
Antonio Muñoz Molina



¿Quién nos dice aquí en la tierra lo que está bien y lo que está mal? ¿En qué se basa? Debe de estar seguro al cien por cien porque condiciona la vida de millones de personas...

Son muchos los hombres y mujeres que a lo largo de la Historia se han aventurado a recomendar a los demás lo que deben y no deben hacer, lo que es correcto a la luz de un Ser Supremo, de nosotros mismos o de la razón. Hablan en boca de Dios, en boca de una sabiduría que no les pertenece y en cuya carencia habita el grado más alto de estupidez.

Lo preocupante es que esto lleva sucediendo tantos y tantos siglos que resulta casi imposible encontrar la verdad primera, corrompida y remendada con prejuicios, con argumentos interesados, con tiritas de intolerancia que no hay manera de despegar.

Y lo peor de todo es que esta verdad corrompida está ya tan consolidada como cierta en la mente de innumerables personas que no hay lugar para el más somero juicio de la razón y en ocasiones eso llega a hacer mucho daño.

Caza de brujas en pleno siglo XXI...
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Llanura de Salisbury, Reino Unido

De paseos y filosofía

Dos de mis intereses son los paseos y la filosofía. Me gusta salir a pasear sola o en compañía de mi perro, Nerón, que está tan pirado como lo estaba su tocayo el emperador. A esos paseos me llevo mis rayadas, mis vueltas de hoja, mi filosofía particular. Todos somos filósofos desde el momento en que dudamos, en que nos hacemos preguntas y tratamos por todos los medios de responderlas, en que intentamos vivir a nuestra manera, siempre a nuestra manera.

Y cuando hablo de filosofía no me refiero a herramientas filosóficas ni a las teorías de los grandes pensadores, sino al hecho de pararnos a pensar y formar nuestro propio criterio en lugar de adoptar ciegamente los dictados de un partido político, un movimiento o una religión.

Este blog será un cuaderno donde apuntar estrofas de canciones y fragmentos de lecturas que se vienen conmigo de paseo, de la mano de todo aquello que me traigan a la mente. No garantizo que lo que escriba sea universalmente aceptado, ni que se apoye en kilómetros de bibliografía o en interminables viajes, qué le vamos a hacer…

Solo digo que esto es lo que pienso, esto es lo que soy: esta es mi filosofía.




Esa soy yo

Antes de nada, una presentación:

Saeta que voladora
cruza arrojada al azar,
y que no sabe dónde
temblando se clavará;
hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá;
gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y se ignora
qué playa buscando va;
luz que en cercos temblorosos
brilla próxima a expirar
y que no se sabe de ellos
cuál el último será;
eso soy yo que al acaso
cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo ni adónde
mis pasos me llevarán.


Gustavo Adolfo Bécquer, Rima II