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A Gretel y a Marea

Este texto lo escribí a finales de 2006, en memoria de Gretel y Marea, dos de las mejores amigas que han pasado por mi vida...

Marea fue mi última amiga. No la conicí en el colegio, ni tampoco en una fiesta. Marea era mi gata. La encontramos muerta una mañana de septiembre, debajo de la puerta que estaba junto a su cuna. Sólo había vivido una Navidad y aquél era su segundo verano. Recuerdo que me costó cogerle cariño porque el recuerdo de Gretel (la perrita que creció conmigo) estaba demasiado presente y no podía hacerme a la idea de encontrar a otra en su lugar. Eran tan diferentes y tan parecidas a la vez...

Al llegar este último verano regresé a casa a pasar las vacaciones y allí estaba Marea dispuesta a disfrutarlas conmigo. Yo con mis libros, y Marea en mi regazo; yo tomando el sol, y Mare debajo de la hamaca; yo escuchando música y Marea sentada a mi lado; yo de paseo por los caminos, y Marea siguiéndome entre las cunetas... Fué, sin duda, la que más tiempo pasó conmigo durante esos cuatro meses. No llegaron a cuatro meses... Septiembre lo pasé sola.

Gretel ingresó en la familia una noche de mayo de 1997. Una persona publicó en el periódico un anuncio en el que ofrecía una perrita que había sido abandonada. La habían encontrado en los alrededores de La Marina, empapada por la lluvia, llena de heridas y huyendo de todo. No podían atenderla porque tenían otros perros y la casa ya no daba para más. Pero en la mía había un hueco.

Yo tenía nueve años y muy pocos amigos. Gretel poco más de un año y, por las cicatrices que recorrían su lomo, no tenía ninguno. Yo le entregué lo que quedaba de mi infancia, y lo que nos dejaron de mi juventud. El otoño en que empecé la Universidad le encontraron un tumor y la llevamos a la veterinaria para que le hiciese las pruebas necesarias previas a la operación (que nos avisaron, dada gravedad, sería a vida o muerte, pero sin ella no quedarían muchas esperanzas…). No sé dónde se dejó el corazón el día de las pruebas aquella mujer pero a Gretel le dejó unas heridas que la tuvieron sin moverse durante varios días. Y todo para nada porque a continuación nos dijeron que no se le podía operar...

Los meses siguientes prefiero no recordarlos porque aquella no era mi Gretel…

Me quedo con los nueve años juntas, con los veranos en Casaseca, con las carreras en los parques, las noches a los pies de mi cama, el camino del colegio en que ella venía a acompañarle (y el día que me siguió a escondidas y subió conmigo hasta mi clase), el juego del escondite en que siempre nos encontraba, las bolsas de gusanitos compartidas, las llegadas a casa en que ella corría más que nadie a recibirme, los paseos por el río los domingos, las mañanas de Reyes en que abría conmigo los regalos, las fotos, los despertares a lametazos, los ladridos para defenderme cuando alguien me levantaba la voz, las galletas con nesquick: una para ella y otra para mí.

Parece mentira que una criatura tan pequeña pueda enseñarte y compartir contigo tantas cosas. Sin duda fue de lo mejor que se ha cruzado en mis veinte años de vida, muy por encima de la mayoría de las personas que conozco (y estoy segura que también de las que no conozco porque cada vez entiendo menos al género humano en su conjunto).

Echando un ojo por algunas páginas de sociedades protectoras de animales se me ha venido el alma a los pies al comprobar hasta qué punto de degradación puede llegar la naturaleza humana. Perros quemados, maltratados, ahorcados, asfixiados… Perros que harían feliz la infancia de cualquier niño pero a los que nadie quiere dar una oportunidad porque es más cómodo torcer la vista ante ana realidad que no nos gusta.

Y mientras cientos de ellos mueren en las perreras de medio mundo sin haber tenido jamás un hogar ni haber conocido el cariño, existen quienes se gastan un pastón en criar cachorros de pedigrí, como si por ser de pura raza fuesen más cariñosos y obedientes, cuando a menudo suele ocurrir todo lo contrario… Aunque claro, se me olvidaba, con un cachorro de pura raza figuras más que con un perro mestizo de tres años abandonado…

La mayoría de las personas son antes sociedad que ellas mismas.


2 comentarios :

  1. No conviene generalizar en todos los casos, sería un desprecio hacia ti misma incluso compararte con el género humano en su conjunto. Aunque seguramente seamos egoístas por naturaleza y todo acto esconda un anhelo propio no por éllo hay q juzgar a la raza humana y tirar la llave. Sería injusto para toda la gente que no se conforma, que lucha, que sonríe a pesar de todo...


    Me gusta que aceptaras mi consejo :), soy tu primer seguido y tu primer comentario ;p

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  2. Y en la memoria quedaran siempre las personas y las no-personas que pasaron y significaron algo en nuestra vida, se hallan ido o simplemente no compartan nuestro camino. Pues serán parte nuestra para siempre.

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