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Detalles en Navidad

Hay gente a la que le encanta la Navidad, gente a la que le resulta indiferente, porque sigue haciendo su vida con normalidad, y personas que están deseando que pasen estas fechas. Yo, por lo general, suelo estar en el segundo grupo, aunque confieso que he tenido años en los que me he visto en los otros dos. Supongo que la forma en la que nos tomamos las Navidades tiene mucho que ver con cómo hemos vivido el año que termina, ya que en estas fechas las ausencias duelen más, y las alegrías y los proyectos se comparten.

Pero, sea como sea, en este tiempo se pueden ver detalles a pie de calle que nos sacan una sonrisa y nos reconcilian un poco con el mundo.

El jueves, cuando salí por la tarde a entregar pedidos y a comprar material, me encontré con esta estampa en el vecindario: los niños de la guardería del barrio y sus familias estaban decorando el abeto del parque con adornos hechos a mano. Supongo que para muchos no tendrá importancia, pero el hecho de reunirse para hacer algo juntos y de pasar un rato divertido en torno al árbol, ya hace que merezca la pena.

 

Continué hacia el Barrio del Oeste, donde los propios vecinos han decorado la plaza, a la que no llegaba la iluminación del Ayuntamiento. Aquí no es necesario que sea Navidad para ver cosas bonitas y diferentes, puesto que durante todo el año organizan actividades y se preocupan por que las calles luzcan, casi casi, como un museo urbano. Admiro a la asociación de vecinos ZOES, que siempre está pendiente de los detalles y que ha conseguido que el suyo sea el barrio más acogedor de Salamanca.

 

Y un detalle de este barrio que me ha emocionado ha sido lo que se ve a través de la ventana que tenéis en la imagen de abajo. Es la habitación de un bajo que da hacia la acera de la Avenida de Portugal, decorada e iluminada con muchísimo cariño por los familiares de una mujer que ha debido de fallecer, y en cuyo recuerdo y homenaje han hecho esta maravilla. 

Mirándolo, uno se da cuenta de que las personas que mueren no se van del todo mientras exista alguien que las recuerde y las mantenga vivas en el día a día, en detalles como éste.

 

No sé si tendrán que ver estas pequeñas cosas pero, este año, la Navidad me está gustando :)

 

Itálica

La semana pasada nos tomamos un descanso, cogimos el coche y nos fuimos a visitar varias ciudades y monumentos que teníamos muchas ganas de conocer. Uno de los rincones que más me sorprendió, quizás porque no me lo esperaba tan grande y con tantos detalles, fue la ciudad romana de Itálica, localizada en la actual Santiponce (Sevilla).

Se cree que fue fundada por Publio Cornelio Escipión en el año 206 a.C, para acoger a los soldados caídos ante los cartagineses en la batalla de Ilipa, de la que Roma salió victoriosa. El nombre de 'Itálica' fue un homenaje a la patria de estos soldados, que fueron los primeros habitantes de la ciudad.

Gracias a la labor de los arqueólogos, hoy en día se puede pasear por muchas de sus calles, imaginando la vida que se desarrollaba en esas casas con suelos de perfectos mosaicos, en el imponente Traianeum (un templo dedicado a Trajano, emperador nacido en la ciudad) o en las Termas Mayores o Menores, en las que todos los ciudadanos eran iguales.

 

 

 

   

 

Desde Itálica puede verse, a lo lejos, el perfil de la ciudad de Sevilla, con la torre Pelli y la Giralda despuntando entre las casas.

 

Pero lo que más me impactó fue el anfiteatro. Es imposible estar allí y no imaginarse el griterío del público en una tarde de juegos, el miedo y la soledad del gladiador inmediatamente antes de pisar la arena, la grandeza y la brutalidad de un imperio que supo levantar los pilares de nuestra cultura, pero que no tuvo piedad con tantos y tantos inocentes.

Mirando la arena pensé que esa herencia de sangre y espectáculo, inevitablemente ligados, se mantiene viva hoy en día en el mundo de la tauromaquia. Ya no se obliga a dos seres humanos a pelear por su vida en un 'tú o yo', porque la sociedad ha evolucionado en ese camino. Se ha cambiado a los gladiadores por toros, y quiénes tienen esa necesidad de ver y gozar con la sangre y el sufrimiento, se sacian con estos pobres animales, que ven llegar la muerte en la arena de otro recinto redondo, de una arquitectura muy similar -por no decir copiada- a la del anfiteatro.

Estoy segura de que, igual que hoy nos horrorizamos al recordar las vidas humanas que fueron segadas en loa anfiteatros del Imperio, algún día nuestros descendientes, en una España ya sin tauromaquia, se avergonzarán de los miles de toros asesinados para entretener a unos cuantos.