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Un lluvioso día de cumpleaños


Lo primero que ví cuando levanté la persiana fue la lluvia a través del cristal. Sin embargo en mi recién estrenado cielo de los veinticinco, como en la canción de Springsteen, no existía ni una sola nube.

En un momento en el que todos los detalles de la vida pasan casi obligatoriamente por Facebook, Tuenti o WhatsApp, decidí borrar mi fecha de cumpleaños de las redes sociales y he podido recibir el cariño de las personas que me quieren de verdad, que me hace infinitamente más ilusión que las ciento y pico felicitaciones en el tablón de internet.

Tengo una familia que me encanta; pocos AMIGOS con mayúsculas, pero de verdad; un trabajo en el que sentirme realizada; y lo más importante: he encontrado a la persona con la que quiero pasar el resto de mis cumpleaños, porque sólo con él encuentro la plenitud cada día que nace y que termina, sea de cumpleaños o no.

Puedo decir bien alto y sin miedo a equivocarme que, cada día que pasa, estoy más enamorada. Que tus pequeños defectos no son nada si los comparo con todo lo que me aportas, con todo lo que me haces crecer, con todo lo que TE QUIERO.

Decididamente, el mejor regalo de todos los que podría recibir ya me lo habéis dado. Es celebrarlo sabiendo que os tengo a VOSOTROS.

Sabiendo que te tengo a .



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I´m waitin´, waitin´ on a sunny day
Gonna chase the clouds away
Waitin´ on a sunny day

Without you, I´m workin´ with the rain fallin´ down
I´m half a party in a one dog town
I need you to chase these blues away
Without you, I´m a drummer girl that can´t keep a beat
An ice cream truck on a deserted street
I hope that you´re coming to stay

I´m waitin´, waitin´ on a sunny day
Gonna chase the clouds away
Waitin´ on a sunny day

La España que hemos heredado

El otro día, en la red social de un amigo, leí una frase que me resultó simpática, a pesar de que el trasfondo encierra la triste realidad. Decía lo siguiente: “En España los licenciados solo tenemos tres salidas: por tierra, por mar o por aire”. Y si eso es aplicable al conjunto de España en general, no les cuento en el caso de Zamora en particular…

Hasta hace unos años, estudiar una carrera significaba asegurarse el porvenir con una buena paga y una vida digna. A día de hoy, sin embargo, los papeles se invierten. Las plantillas de hamburgueserías, pizzerías, supermercados y cafeterías empiezan a llenarse de jóvenes ingenieros, historiadores, biólogos, abogados… que, cansados de no encontrar empleo en su campo, no les ha quedado otra que conformarse con lo que hay. Porque, más allá del enchufe y de la lotería, esto es lo único que hay.

En la España que hemos heredado los jóvenes del presente, los veinteañeros licenciados tenemos que trabajar (si tenemos la fortuna) a la vez que sacamos másteres y posgrados y, si es posible, preparamos una oposición. El futuro, incierto; los sueños, claros: poder vivir de nuestra profesión, no conformarnos con lo que no merecemos.

La respuesta no es: “no se puede”, sino: “me está costando, estoy en ello”.


Mirador y dinosaurios


Aquel mirador era su rincón favorito de toda la ciudad. Solía sentarse allí a leer, a escribir, a escuchar música, a dejarse llevar por aquel cúmulo de sensaciones que le hacían sentirse libre y desplegar las alas. A veces, imaginaba que no estaba allí sola, que tenía a su lado a alguien con quien compartir sus pensamientos, con quien divagar sobre el cosmos y las estrellas.

Pasaron los años, con sus sueños y lecciones, y una noche de mayo, al sentarse en su rincón de siempre, miró a su izquierda y allí estaba él. Su historia juntos era mucho más larga y, sobre todo, mucho más especial de lo que la gente sospechaba. Pero, ¿qué importa la gente? Allí estaban ellos dos, con sus sonrisas al viento, con sus conversaciones sobre dinosaurios, con sus recuerdos compartidos y sus ganas de sentirse jóvenes. Porque lo eran.

Habían dispuesto las cartas y la vida las había jugado por ellos. Dos veces. Y ahora, mirando atrás desde la distancia, de la mano, todo tenía sentido.

Se acercaba el fin de semana, se avecinaba otra primavera y ella solo tenía ojos para él. Miradores, fotografías, paseos, conversaciones interminables, carcajadas, besos, gominolas para dos… Mientras se vestía para ir a buscarle, una canción de The Cure sonaba de fondo: “It’s Friday, I’m in love”.


Mirador del Troncoso, Zamora. 2010

Unos artistas muy grandes

A las ciudades, muchas veces, les falta espíritu. El gris de los pavimentos consigue teñir el ánimo en los días que amanecen tristes y las calles llenas de gente parecen recordar a gritos que uno puede sentirse muy solo, aunque se vea rodeado de una multitud.

El espíritu del que hablo no se encuentra en los monumentos: testigos callados; ni en los paseantes: almas en movimiento que no saben callar; el espíritu de la ciudad se encuentra, muchas veces, en sus artistas callejeros: escultores de emociones y de sonrisas, de nuevas formas de mirar y de sentir las calles de siempre para que, al menos ese día, sean diferentes.

Admiro a estas personas y agradezco profundamente su trabajo, porque imprime personalidad a rincones vacíos, y viste de arte a otros que, por sí solos, tienen mucho que decir.

A cada cual le transmitirán sensaciones y opiniones diferentes. En mi caso, me encanta que escuchar ciertas melodías o encontrarme con un animalito de trapo que baila al son de unas cuerdas sean detalles que me llenen de alegría, que me hagan concebir esa mañana, esa tarde o esa noche, como una mañana, una tarde o una noche diferentes y especiales. Porque cada día de nuestra vida, cada momento lo es. Y aunque, a veces, la rutina consiga que lo olvidemos, siempre están ellos ahí para recordárnoslo.


Organillista que encontré en la ciudad de Albi, frente a la catedral

Aquel día, comí sentada en un banco, en la misma plaza en la que se encontraba este singular artista, que me encandiló desde la primera nota. Una tarde espléndida, con la catedral de Santa Cecilia ante mis ojos, y música francesa en directo, a cargo del mejor artista de la ciudad -para mí, desde luego, lo fue-. Se trató, sin dudarlo, de la mejor comida de mi vida. Siempre recordaré la ciudad francesa con la melodía de aquel organillo...