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Siempre

Lo más importante de una vida no es siempre y en todo momento perfecto con todas sus letras. Conoce los vaivenes de los días y de la mente pero sabe también que siempre los supera porque sus raíces son firmes y su objetivo uno -a pesar de todo-.

La esencia está en ver la belleza en lo imperfecto, en mirar a través del mismo cristal, que no con los mismos ojos.

Somos como somos y la responsabilidad no es sólo nuestra si no de nuestra historia, historia que me permite afirmar con seguridad que sé de sobra qué es lo más importante y que quiero que sea para siempre.

Miradas y despedidas

Miro fijamente esos ojos que han visto tanto sin mí, que me desprecian y me aman a su manera. Esa mirada encierra los momentos más auténticos de mi vida, conoce mis sueños y mis fracasos y me reta desde ese verde cristalino, transparente. No la quiero mirar pero sabe que siempre me gana, más tarde o más temprano. Y yo sigo hacia adelante, caminando hacia adelante, porque en alguna parte, escondida, tiene que estar mi libertad.

Castillo de Zamora al atardecer

A Gretel y a Marea

Este texto lo escribí a finales de 2006, en memoria de Gretel y Marea, dos de las mejores amigas que han pasado por mi vida...

Marea fue mi última amiga. No la conicí en el colegio, ni tampoco en una fiesta. Marea era mi gata. La encontramos muerta una mañana de septiembre, debajo de la puerta que estaba junto a su cuna. Sólo había vivido una Navidad y aquél era su segundo verano. Recuerdo que me costó cogerle cariño porque el recuerdo de Gretel (la perrita que creció conmigo) estaba demasiado presente y no podía hacerme a la idea de encontrar a otra en su lugar. Eran tan diferentes y tan parecidas a la vez...

Al llegar este último verano regresé a casa a pasar las vacaciones y allí estaba Marea dispuesta a disfrutarlas conmigo. Yo con mis libros, y Marea en mi regazo; yo tomando el sol, y Mare debajo de la hamaca; yo escuchando música y Marea sentada a mi lado; yo de paseo por los caminos, y Marea siguiéndome entre las cunetas... Fué, sin duda, la que más tiempo pasó conmigo durante esos cuatro meses. No llegaron a cuatro meses... Septiembre lo pasé sola.

Gretel ingresó en la familia una noche de mayo de 1997. Una persona publicó en el periódico un anuncio en el que ofrecía una perrita que había sido abandonada. La habían encontrado en los alrededores de La Marina, empapada por la lluvia, llena de heridas y huyendo de todo. No podían atenderla porque tenían otros perros y la casa ya no daba para más. Pero en la mía había un hueco.

Yo tenía nueve años y muy pocos amigos. Gretel poco más de un año y, por las cicatrices que recorrían su lomo, no tenía ninguno. Yo le entregué lo que quedaba de mi infancia, y lo que nos dejaron de mi juventud. El otoño en que empecé la Universidad le encontraron un tumor y la llevamos a la veterinaria para que le hiciese las pruebas necesarias previas a la operación (que nos avisaron, dada gravedad, sería a vida o muerte, pero sin ella no quedarían muchas esperanzas…). No sé dónde se dejó el corazón el día de las pruebas aquella mujer pero a Gretel le dejó unas heridas que la tuvieron sin moverse durante varios días. Y todo para nada porque a continuación nos dijeron que no se le podía operar...

Los meses siguientes prefiero no recordarlos porque aquella no era mi Gretel…

Me quedo con los nueve años juntas, con los veranos en Casaseca, con las carreras en los parques, las noches a los pies de mi cama, el camino del colegio en que ella venía a acompañarle (y el día que me siguió a escondidas y subió conmigo hasta mi clase), el juego del escondite en que siempre nos encontraba, las bolsas de gusanitos compartidas, las llegadas a casa en que ella corría más que nadie a recibirme, los paseos por el río los domingos, las mañanas de Reyes en que abría conmigo los regalos, las fotos, los despertares a lametazos, los ladridos para defenderme cuando alguien me levantaba la voz, las galletas con nesquick: una para ella y otra para mí.

Parece mentira que una criatura tan pequeña pueda enseñarte y compartir contigo tantas cosas. Sin duda fue de lo mejor que se ha cruzado en mis veinte años de vida, muy por encima de la mayoría de las personas que conozco (y estoy segura que también de las que no conozco porque cada vez entiendo menos al género humano en su conjunto).

Echando un ojo por algunas páginas de sociedades protectoras de animales se me ha venido el alma a los pies al comprobar hasta qué punto de degradación puede llegar la naturaleza humana. Perros quemados, maltratados, ahorcados, asfixiados… Perros que harían feliz la infancia de cualquier niño pero a los que nadie quiere dar una oportunidad porque es más cómodo torcer la vista ante ana realidad que no nos gusta.

Y mientras cientos de ellos mueren en las perreras de medio mundo sin haber tenido jamás un hogar ni haber conocido el cariño, existen quienes se gastan un pastón en criar cachorros de pedigrí, como si por ser de pura raza fuesen más cariñosos y obedientes, cuando a menudo suele ocurrir todo lo contrario… Aunque claro, se me olvidaba, con un cachorro de pura raza figuras más que con un perro mestizo de tres años abandonado…

La mayoría de las personas son antes sociedad que ellas mismas.


Caza de brujas


"Uno tiende a ver, no lo que tiene delante de los ojos, sino aquellos que está dispuesto a ver y adiestrado para distinguir"
Antonio Muñoz Molina



¿Quién nos dice aquí en la tierra lo que está bien y lo que está mal? ¿En qué se basa? Debe de estar seguro al cien por cien porque condiciona la vida de millones de personas...

Son muchos los hombres y mujeres que a lo largo de la Historia se han aventurado a recomendar a los demás lo que deben y no deben hacer, lo que es correcto a la luz de un Ser Supremo, de nosotros mismos o de la razón. Hablan en boca de Dios, en boca de una sabiduría que no les pertenece y en cuya carencia habita el grado más alto de estupidez.

Lo preocupante es que esto lleva sucediendo tantos y tantos siglos que resulta casi imposible encontrar la verdad primera, corrompida y remendada con prejuicios, con argumentos interesados, con tiritas de intolerancia que no hay manera de despegar.

Y lo peor de todo es que esta verdad corrompida está ya tan consolidada como cierta en la mente de innumerables personas que no hay lugar para el más somero juicio de la razón y en ocasiones eso llega a hacer mucho daño.

Caza de brujas en pleno siglo XXI...
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Llanura de Salisbury, Reino Unido

De paseos y filosofía

Dos de mis intereses son los paseos y la filosofía. Me gusta salir a pasear sola o en compañía de mi perro, Nerón, que está tan pirado como lo estaba su tocayo el emperador. A esos paseos me llevo mis rayadas, mis vueltas de hoja, mi filosofía particular. Todos somos filósofos desde el momento en que dudamos, en que nos hacemos preguntas y tratamos por todos los medios de responderlas, en que intentamos vivir a nuestra manera, siempre a nuestra manera.

Y cuando hablo de filosofía no me refiero a herramientas filosóficas ni a las teorías de los grandes pensadores, sino al hecho de pararnos a pensar y formar nuestro propio criterio en lugar de adoptar ciegamente los dictados de un partido político, un movimiento o una religión.

Este blog será un cuaderno donde apuntar estrofas de canciones y fragmentos de lecturas que se vienen conmigo de paseo, de la mano de todo aquello que me traigan a la mente. No garantizo que lo que escriba sea universalmente aceptado, ni que se apoye en kilómetros de bibliografía o en interminables viajes, qué le vamos a hacer…

Solo digo que esto es lo que pienso, esto es lo que soy: esta es mi filosofía.




Esa soy yo

Antes de nada, una presentación:

Saeta que voladora
cruza arrojada al azar,
y que no sabe dónde
temblando se clavará;
hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá;
gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y se ignora
qué playa buscando va;
luz que en cercos temblorosos
brilla próxima a expirar
y que no se sabe de ellos
cuál el último será;
eso soy yo que al acaso
cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo ni adónde
mis pasos me llevarán.


Gustavo Adolfo Bécquer, Rima II