.
Ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos...
.
Observación y aprendizaje
El ejercicio de la observación puede ayudar sobremanera en la construcción personal de cada uno.
A veces, encontramos personas que suponen todo un ejemplo en un campo concreto, precisamente porque nos muestran que el límite está más allá de lo que imaginábamos, que se puede ser más bueno, más amable, más culto, más alegre, más valiente.
Pero también nos encontramos, en la vida, con seres humanos que, sin darse cuenta, nos muestran con su personalidad y con sus movimientos, qué es aquello en lo que nunca querríamos convertirnos.
Si se piensa bien, ambos son igual de importantes, pues de la observación de sus actos extraemos un aprendizaje que nos será muy útil, tanto en el día a día, como a la hora de proyectar nuestro futuro. Quizás ése sea uno de los muchos motivos por los que nunca debemos arrepentirnos de haber coincidido, en la vida con una o con otra persona.
No somos más que el fruto de una educación, de unas vivencias que nosotros mismos decidimos si queremos transformar en lección o archivar, simplemente, como un buen o mal recuerdo.
Llevamos con nosotros un pedacito de todos aquellos seres vivos que nos han marcado, que han ido esculpiendo, sin saberlo, lo que somos.
Filosofía de hospitales
Hace algunos años, en una tarde de verano, una persona de mi entorno se puso mala y me pidió que le acompañara a Urgencias. No había nadie en la sala de espera, así que pasó en seguida, y yo me quedé esperando en el vestíbulo.
A los pocos minutos, llegaron un par de chicas y se sentaron junto a mí, hasta que apareció otro médico en busca del próximo paciente. Entonces, ellas me miraron, pensando que era mi turno. Les respondí que podían pasar, que yo solo estaba allí como acompañante, y, mientras se levantaban, una de ellas me sonrió y me dijo algo que no he olvidado en todo este tiempo: “no sabes la suerte que tienes”.
Efectivamente. Estaba en una sala de Urgencias, limitándome a disfrutar del aire acondicionado durante una tarde de verano, y no me había parado a pensar en la enorme suerte que tenía por estar bien, porque podía salir de allí por mi propio pie e irme a tomar un helado, quedar con mis amigos, salir por ahí el fin de semana y hacer lo que me diera la gana, mientras cientos de personas, ese mismo día, tendrían que quedarse en casa, con dolores unos, con desesperanzas otros, con la incertidumbre de no saber si al día siguiente estarían mejor o peor, o si, simplemente, no estarían.
Y es que tener salud no es algo establecido, algo de lo que partimos. Es una tremenda suerte que, por mucho que nos pese, solo sabemos agradecer sinceramente cuando se nos va.
.
Fachada decorada con imágenes de Tintín, Bruselas