Espero que el Gobierno de Rajoy no tarde demasiado en abordar un tema crucial para el futuro de nuestro país, que se ha ido dejando de lado y remendando con leyes inútiles. No es preciso argumentar que la educación se trata de un pilar fundamental para
empezar a cambiar la sociedad desde abajo, que es donde, realmente,
estamos a tiempo de actuar.
Nada se podrá conseguir en los colegios si la familia no se implica en hacer del niño o niña una persona con intereses, con cultura, con criterio propio; pero ese es un terreno donde no se puede legislar. Por ello, resulta tan importante emplear hasta el último esfuerzo en aquello que sí se puede cambiar desde el Estado: el sistema educativo.
Hay que hacer algo para que los profesores entiendan que sus alumnos
deben estudiar para aprender, en lugar de para aprobar un examen; que se
esfuercen en introducir en sus venas la curiosidad, las ganas de saber
para vivir una vida más plena y más suya. Que el objetivo no es pasar de
curso ni lograr un título con mejores o peores notas, sino llegar a ser
hombres y mujeres cultos, coherentes, que no se dejen manejar por
charlatanes ni titiriteros.
Si tanto queremos parecernos a la Unión, deberíamos empezar por los cimientos, por la construcción de ciudadanos que merezcan la pena. Ese es el objetivo. Eso sí es Europa.
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