Hoy se celebra el aniversario del nacimiento de mi admirado Antoni
Gaudí, un genio que vivió fuera de su tiempo, en ese rincón de la imaginación
en el que habitan los dragones y las hespérides.
Pero para entender la arquitectura de Antoni Gaudí es necesario
viajar al que fue su mundo, a la Barcelona de la segunda mitad del siglo
XIX: una ciudad empeñada en abrir su corazón medieval a las nuevas creaciones;
una ciudad en crecimiento, entregada al progreso y a la cultura; una ciudad
para una nueva generación.
El plan de ensanche diseñado por Ildefons Cerdá en 1851 daba
alas a la expansión de la localidad, que había dejado de denominarse plaza
fuerte ese mismo año (lo que lamentablemente supuso el derribo de sus murallas)
y que extendía ahora sobre su geografía una enorme retícula de calles y plazas
achaflanadas, cortadas por dos gigantescas avenidas radiales (la Diagonal y la
Meridional). Con este proyecto la afirmación de la época de que “Barcelona
vivía de espaldas al mar” entraría a formar parte de la historia.
La elección de la ciudad condal como sede de la Exposición
Universal de 1888 desencadenó una ola de modernismo,
latente en las nuevas construcciones, así como un renovado espíritu de
creación. Este fue el escenario de la vida y de la muerte del genial
arquitecto Antoni Gaudí. No resulta complicado imaginarle paseando
por sus calles, trazando un universo de color y fantasía dónde las formas
imposibles convivían en perfecta unión con la naturaleza y terminaban
fundiéndose en una sola.
El destino quiso llevarle a la dirección de las obras de la Sagrada
Familia, llamada a ser una modesta iglesia neogótica. El genio de Gaudí, sin
embargo, desbordó todos los planes y salvó al proyecto de la mediocridad que
hubiera supuesto convertirse en uno más.
La maravilla de la Sagrada Familia y del arte de Gaudí en su
conjunto radica en la diferencia, así como en la originalidad (entendiendo
como tal el hecho de volver al origen, a lo esencial, a la madre naturaleza) y
en su elevado simbolismo. Todo en la obra de Gaudí tiene un porqué, todo
tiene un significado y todo ello conforma un mundo aparte en la Barcelona de
nuestros días. El sueño gaudiniano despierta los sentidos dormidos de toda
imaginación.
La Barcelona a caballo entre el XIX y el XX puede ser
la Barcelona modernista, pero la Barcelona onírica que perdura a lo largo de la
historia es, sin duda, la Barcelona de Gaudí.